martes, 24 de septiembre de 2013

Kamikaze

"Tienes la mirada bonita" le dijeron. 
"Pues claro" pensó. "Cómo no va a ser bonita si durante un tiempo me he dedicado a mirarle a él"

Había vivido cada minuto como si fuera el último. Le había observado tan de cerca que me había aprendido cada uno de sus lunares. 
Los pelos de su barba no eran ningún misterio para mi, pues había dormido allí demasiadas noches.
Sus manos eran el mapa que me llevaba al cielo (nuestro cielo) y que me había aprendido por si me perdía.
Su boca... Qué decir de su boca si de ella ha salido lo más dulce y lo más amargo que he probado en mi vida. Esa vida en la que he tropezado con la más bonita y jodida de todas las piedras.
Y aquí, masoca, deseando tropezarme de nuevo en ti (contigo).
Y kamikaze, chocando contra el muro de tus miedos (como si fueran míos).

"Tienes la mirada bonita" le dijeron.
Y es que la tristeza también puede ser bonita.

domingo, 22 de septiembre de 2013

El día que me hice mayor

Tengo una duda y voy a consultarla con tu almohada, que la mía ya se ha cansado de escucharme. Será que la he vuelto loca cada noche que pienso que estarás tan lejos como la luna, o que quizá estés allí para bajarme alguna estrella. 
El día que me hice mayor (que fue el día que me dijeron que no había príncipes esperando para rescatar a sus princesas) me di cuenta de que el silencio es, muchas veces, la mejor respuesta. 
Quizá por eso mi almohada ya no contesta.
Tú, que ya eras mayor (algo que aprendí cada vez que yo te hablaba de princesas) me contaste que los silencios también son música.
Quizá por eso tenga que consultar a tu almohada.
Yo, princesa y muda. Tú, silencio y música.
Qué extraña combinación para algo tan bonito.

domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Quién no ha deseado alguna vez parar el tiempo?

"Qué guapa estás, te sienta muy bien el amor".
Y se quedó muy quieta, con la mayor de las sonrisas pintada en su boca.
Quizá tenga razón quien le dijo eso.
Sí, seguro que sí.
Hace tiempo que se levanta con ganas de comerse el mundo. 
Quiere cantar, disfruta riendo y en su reloj, a veces, decide parar las horas. 
Y es que nunca creyó en los relojes; pensaba que atarse a esas dos manecillas era la peor opción a elegir en la vida.
Y se deshizo de ellos.
Se sentía tan feliz que decidió meterlos todos en el congelador.
Y es que, ¿quién no ha deseado alguna vez parar el tiempo en un beso?